Cuando el Ejército italiano -fogueado en las guerras de Etiopía y España- planificó la conquista de Grecia, supuso que el Ejército heleno no combatiría o, si luchaba, lo haría de manera patética.
Asesorado solo por dos generales, el embajador de Italia en Atenas y su cuñado el conde Ciano, Mussolini modificó a la prisa y corriendo el plan de invasión, reduciendo a nueve las veinte divisiones que el Estado mayor consideraba necesarias para cumplir la misión. Inexplicablemente los comandantes de la Aviación y de la Marina no fueron incluidos en el cónclave aún cuando debían invadir uno de los países más montañosos del mundo y con mayor línea costera, con 16.000 kilómetros de orillas.
A pesar de que el poderío del Regio Esercito hacía prever una clara victoria para Roma, su menosprecio hacia el enemigo resultó catastrófico. Los griegos no solo detuvieron la invasión italiana de su país sino que su contraataque expulsó a los invasores y, para vergüenza de Mussolini, les permitió hacerse con una parte importante de Albania, es decir, territorio italiano.
Ese fue el motivo por el que el mundo entero aplaudió la reacción helénica y por el que Winston Churchill, durante un discurso, pronunció las siguientes palabras:
Los griegos no luchan como héroes,
son los héroes los que luchan como griegos.
Solo la intervención alemana decidió la guerra a favor de las fuerzas del Eje. A la postre Italia obtuvo las tres cuartas partes del territorio continental griego y gran parte de sus islas, incluyendo el archipiélago jónico, entre cuyas islas está Cefalonia, el lugar en el que ocurrió una de las mayores matanzas europeas -fuera de un campo de concentración- de la Segunda Guerra Mundial. Sobre este último tema y sobre la invasión italiana de Grecia trata nuestro programa titulado La tragedia de Cefalonia, disponible para su descarga gratuita haciendo clic AQUÍ o activando el reproductor situado al final de esta nota.