El caso más conocido del apego de los italianos por la comodidad es el de sus submarinos oceánicos.
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial Mussolini envió al Atlántico su fuerza de submarinos oceánicos para ayudar a Hitler a aislar las Islas Británicas. Para ello la Kriegsmarine habilitó una base en el puerto francés de Burdeos.
Los alemanes quedaron atónitos cuando los primeros sumergibles peninsulares comenzaron a llegar a la base. Duplicaban en tamaño los U-boote más grandes de la Kriegsmarine.

Submarino Leonardo Da Vinci
¿Por qué eran tan grandes?
Básicamente para hacer más llevadera la vida a bordo a sus tripulaciones. Pero el precio a pagar era alto ya que su tamaño los hacía fáciles de detectar por el enemigo y lentos a la hora de maniobrar, sobre todo durante la crítica inmersión.
La experiencia de campo obligó a la Regia Marina y a la Kriegsmarine a poner remedio a esas deficiencias reentrenando a las tripulaciones italianas y modificando los submarinos, sobre todo en lo que a la torreta se refiere, cambiándola por una más pequeña. También fueron reenviados a Italia los viejos comandantes de submarinos para ser sustituidos por jóvenes oficiales con más garra guerrera.
Otro caso de amor por la comodidad –y también por el lujo- ocurrió con el más nuevo y moderno buque de la Regia Marina: el acorazado Roma. Sus áreas de descanso estaban tan bien decoradas que no tenían nada que envidiar a un crucero de placer. Este buen gusto también se extendía a sistemas operativos, como las salas de control de máquinas, por poner un ejemplo.
A continuación podréis ver fotografías que ilustran este punto.
A diferencia de los submarinos oceánicos, ese buen gusto estético no estaba reñido con las capacidades bélicas del navío. El acorazado Roma fue uno de los mejores acorazados construidos durante la Segunda Guerra Mundial. En nuestro programa dedicado a su hundimiento podréis escuchar una descripción detallada de sus capacidades. Está disponible haciendo clic AQUÍ o activando el reproductor situado a continuación.