Cuando Gran Bretaña decidió sacrificar gente en Hong Kong, lo hizo en grande. Tanto, que en la fútil defensa de su colonia en la costa china pereció hasta un general.
El brigadier general John K. Lawson llegó a Hong Kong el 16 de noviembre de 1941 al mando de los dos batallones canadienses que fueron enviados por su país para reforzar la guarnición británica allí acantonada.
Este peculiar oficial, nacido en Gran Bretaña pero emigrado a Canadá, comenzó su vida laboral como empleado en una tienda de pieles de Edmonton pero en 1914, nada más comenzar la Primera Guerra Mundial se enlistó en el ejército canadiense como soldado raso. Luchó en Europa como miembro del 9no Batallón de la Fuerza Expedicionaria Canadiense. Su buen desempeño hizo que fuera mencionado dos veces en despachos de guerra y fuera acreedor de una Cruz de Guerra francesa. Ascendiendo gracias a sus méritos finalizó el conflicto como capitán.
De regreso a capitán solicitó permanecer en el ejército, ejerciendo distintos cargos incluyendo uno en el War Office de Londres, el centro neurálgico mundial del British Army. El estallido de la Segunda Guerra Mundial lo alcanzó como Jefe de Adiestramiento Militar del ejército canadiense.
Cuando Ottawa envió dos batallones como refuerzo a Hong Kong, escogió al brigadier general Lawson para que fuera su comandante. Después de diez días de combates, cuando los japoneses invadieron la Isla de Hong Kong, el comandante supremo de la colonia, el general Maltby, ordenó a Lawson que impidiera el avance del enemigo cortando la carretera que atravesaba la isla en un estrecho pasaje tras las montañas.
Y, aunque la situación era desesperada y se sabía que la derrota británica era inevitable, Lawson se parapetó con varias compañías de Granderos de Winnipeg en los búnkeres que defendían el estrecho paso montañoso. La fiera defensa canadiense obligó a los japoneses a enviar tres oleadas suicidas para tomar los reductos canadienses. El 19 de diciembre, a las 10:00, un último mensaje de radio de Lawson informaba que su búnker estaba rodeado y que él dejaría su encierro luchando.
Las balas japonesas que acabaron con el brigadier general Jhon K. Lawson lo encontraron luchando, con una pistola encada mano. Una vez concluida la batalla, los nipones lo enterraron con honores. Finalizada la Segunda Guerra Mundial sus restos fueron trasladados al Cementerio Sai Wan de Hong Kong.
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